De pequeña leí El Principito y todo en él era creíble, desde la vida en un planeta de reducidas dimensiones hasta las serpientes devoradoras de elefantes. Entonces llegó mi adolescencia en la que volví a leer el libro. En ese momento nada de lo que allí estuviese escrito me inspiraba la más mínima fiabilidad y cerré todos los resquicios a la existencia del amor por una rosa coqueta. Más adelante, cercana a las puertas de mi madurez conseguí entender que el planeta de El Principito estaba escondido en detalles perdidos en distintos lugares, enmascarado en caracteres de personas con diferentes culturas y que es tan real como lo percibí la primera vez que lo leí.
Hoy, un poco más cerca de esa madurez que parece inalcanzable, busco aquello que anhelo sin haberlo visto nunca porque "lo esencial, es invisible a los ojos".
Hoy, un poco más cerca de esa madurez que parece inalcanzable, busco aquello que anhelo sin haberlo visto nunca porque "lo esencial, es invisible a los ojos".
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