Había un cuarto hombre que se encontraba detrás de todos ellos. Observando la playa y observándome a mi.
-¿Crees que lo habrán encontrado?- dijo uno de los hombres de las sillas.
-Ni modo- respondió el otro– hoy el mar no devuelve cadáveres.
Empecé a fijarme lentamente en ellos, ya que ellos no tenían ningún reparo al fijarse en mi.
-Ese cangrejo es mio- le dije a uno de ellos- Yo lo había visto primero.
-Ya..., pues es que se desplazó el sólo y se llegó hasta nosotros.
-¡Pero si parecía estar muerto!
-Pues ya ve que no. Mire como mueve las patas.
Efectivamente, el cangrejo ermitaño que momentos antes no se había ni inmutado mientras yo lo zarandeaba, para comprobar si había conseguido un precioso caparazón para mi colección, ahora andaba por toda la mano del más joven de los dos chicos de las sillas.
-Déjalo ahí, que voy a tomarle una foto.
Intenté fotografiarlo, pero el aspecto del recién descubierto animalito me resultaba desagradable como para acercarme más, y no tenía una cámara suficientemente buena como para usar el zoom sin perder aún más calidad.
El ermitaño se cayó a la arena y rápidamente eché la foto antes de que desapareciese. Pero el chico volvió a recuperarlo.
-¡Qué animal más feo!- exclamé desde el fondo de mi alma.
-¡Si!, así dicen que se parecen en lo feo a los mejicanos, ¿no?
-¿Quién dice eso?.
-A pues no sé, eso dicen….
Mi boca se torció para expresar total desacuerdo con aquella afirmación, y tras un cruce de miradas cómplices, ahí dejamos la conversación ... y al cangrejo.
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